Anatomía de una espera


En las procesiones de Semana Santa uno espera.

De pie, apretado contra otros cuerpos.

A mí no me importa.

Merece la pena esperar para poder prestar atención después.

Porque con cada nuevo encuentro, aprecio el misterio desde otro lugar, en otro estado de ánimo, rodeada de otras gentes.

01. DOMINGO DE RAMOS, PARTE I

La noche del Domingo de Ramos, mientras esperábamos la llegada del Huerto, escuchaba la conversación de tres chicos jóvenes —uno de ellos apenas un niño— que estaban junto a nosotros. Hablaban sobre cosas muy específicas de un videojuego y, de vez en cuando, se quejaban: “no puedo más”, “estoy muerto, tío”.

Nos encontrábamos en una bocacalle que daba acceso a la principal. La calle era larga, y aunque no parecía tener el encanto de esos cruces esquinados que tanto nos gusta ver, tenía su ventaja: podíamos ver el Trono acercarse desde lejos.

El eco de la banda se aproximaba, y pronto llegaron los primeros nazarenos. Al fondo, tras la humareda del incienso, el Trono se iba haciendo visible. Cada pieza tiene su propia particularidad, y yo, que por suerte me rodeo con personas que adoran la Semana Santa y saben un montón, recibo con todo lujo cada detalle sobre las tallas, los tronos, las vestimentas, el palio o la historia de la Hermandad.

Este Trono contiene, en su parte trasera, un olivo. Mejor dicho: un señor olivo, haciendo que el conjunto exceda, con creces, la altura de los tendidos eléctricos que atraviesan las estrechas calles malagueñas.

El Trono seguía acercándose y, justo al sobrepasar nuestra posición, se marcó el alto. Extrañados, porque la parada se alargaba más de lo habitual, uno de ellos sacó el móvil y comentó: “Ya ha salido el vídeo”. Mientras unos veían lo sucedido y otros se hidrataban, los nazarenos trataban, sin éxito, de alzar el cableado eléctrico para librar la altura del olivo.

02. INTROMISIÓN

Un par de horas antes, esperando justo enfrente al Santísimo Cristo de Humildad y Paciencia, comentábamos entre risas el estilismo de una pareja de ingleses que se asomaban por uno de los balcones de la esquina.

03. DOMINGO DE RAMOS, PARTE II

Y entonces, uno de estos jóvenes ingleses sacó una escoba y, alargándola al máximo, consiguió elevar por fin los cables.

Aplausos.

Campana.

¡Arriba!

Los hombres de trono, tensos tras ver la caída del arbotante y doloridos por cargar de nuevo el peso sobre el hombro frío, realizaban la maniobra con extremo cuidado mientras que el inglés, estirado como nunca, sujetaba con firmeza la escoba. Y  en medio de ese silencio, el joven que tanto se quejaba dijo: “Quiero acabar igual de reventao que ellos.”

04. ¿QUIÉN SERÍA YO?

Puede que a algunos les genere cierta tensión participar de esta sencillez humana. Una especie de culpa por aplaudir o por disfrutar de esta tradición, especialmente, si como yo, no lo has vivido desde niña.

Pero en mi caso, aunque no lo hubiera dicho, me hace vivir el misterio con mayor hondura. Pocas veces se me ha encogido el corazón como al ver pasar el Santo Sepulcro o cuando las luces de la ciudad se apagan tras la Virgen herida.

Y nunca antes me había preguntado tantas veces: Si esto no fuera una representación, sino que estuviera en el año 0, viviéndolo en realidad, de todos los personajes de esta historia, ¿quién sería yo?

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