Intermission: fin del aperitivo
Cuando vivía en Sheffield, me encantaba ir al cine Showroom.
Era un cine independiente en el que, además de alguna que otra película de cartelera, proyectaban retrospectivas, clásicos, cine de autor, cine emergente…
Iba sola.
Era el plan.
El paseo.
Observar el ambiente en la cafetería. Los lectores solitarios. Las conversaciones entre parejas. Los folletos y revistas depositados en las barras, anunciando exposiciones y próximos eventos de la ciudad.
Qué maravilla.
Quiero volver.
En este cine experimenté por primera vez una intermission.
La película era 2001: A Space Odyssey y, hacia la mitad de la proyección, la pantalla se quedó en negro. Apareció un mensaje que anunciaba el descanso.
Recuerdo salir a tomar el aire, algo contrariada.
Habría preferido seguir disfrutando de la película.
Pero no pudo ser. Abandoné la sala y volví a los diez minutos. En el fondo, no estuvo mal. No lo retomé donde lo dejé, pero pronto volví a conectar.
Veinte cartas y ocho meses después, ha llegado la primera pausa.
No me apetece dejar de enviarte cartas, pero lo voy a hacer.
Estas primeras se parecen a un aperitivo de domingo.
Uno de esos a los que llegas con mucha hambre.
Y picoteas.
Un par de patatas, un sorbo de vino, jamoncito, qué rico… pásame el queso, por favor.
Y llega un punto el que hay que pasar al principal.
O al menú degustación, quién sabe.
Sea lo que sea, será cuando tenga que ser.
Pronto. Tarde. Depende para quién.
Mientras tanto, tengo un regalo para ti.
Si lo quieres, contéstame con tu dirección postal.